La ciencia detrás de los alimentos genéticamente modificados y por qué el mundo los necesita más que nunca

A pesar de que la ciencia ha validado el uso de las semillas genéticamente modificadas, gran parte del mundo todavía se opone a su cultivo.

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Mucho se ha hablado sobre los riesgos para la salud que supuestamente representan los alimentos genéticamente modificados. La controversia sobre la ingeniería aplicada a lo que comemmos involucra no solo a los consumidores, sino también a los productores, científicos, las compañías de biotecnología, los entes reguladores y a las organizaciones de tipo no gubernamental.

Más allá de los pedidos por que estos sean etiquetados, los cuestionamientos sobre sus efectos sobre el medio ambiente, la consolidación del suministro de alimentos en una puñado de multinacionales que controlan la producción y venta de lo que se conoce como organismos genéticamente modificados (OGM), son solo algunos de los tantos desafíos que quedan por ser resueltos.

Pero más allá de la polémica que seguramente seguirán generando, son cada vez más los expertos los que reconocen su vital rol a la hora de alimentar a un planeta en constante crecimiento y afectado cada vez más por los efectos del cambio climático.

Lanzados en EEUU, comercialmente y en forma masiva, por primera vez en 1996, los OGM pueden ser fácilmente descriptos como plantas o animales cuyos genomas han sido modificados mediante el agregado de uno o más genes de otra especie.

Recibidos de forma negativa por los supuestos riesgos que representa su consumo, aun más de dos décadas después de su aparición todavía son prohibidos en gran parte del mundo y su sola mención genera intensos debates.

Pero un ensayo publicado en el periódico financiero The Wall Street Journal, parte de un extracto del libro titulado “Semillas de la Ciencia: ¿Por qué nos equivocamos de tal forma con los OGM?” escrito por Mark Lynas, profesor visitante la Alianza para las Ciencias de la Universidad de Cornell, promete derribar mitos en torno a los alimentos genéticamente modificados y resaltar su importancia para las generaciones venideras.

El científico asegura que la mayoría de las alertas que se han emitido y que  hoy son de público conocimiento tienen poco o ningún tipo de sustento empírico. Uno de los mayores mitos se centra en torno de que las semillas OGM representan una amenaza a la salud, al generar una mayor incidencia de enfermedades tan diversas como cáncer, autismo, diabetes y obesidad.

Pero Lynas destaca que, gracias a sus propiedades que les permiten combatir a la maleza esto ha llevado a un menor uso de fertilizantes a la hora se sembrarlas, lo que reduce dramáticamente su nivel de toxicidad. Un estudio publicado en 2014 en la prestigiosa revista PLOS One, reveló que los cultivos OGM utilizan un 37 por ciento menos de pesticidas químicos que aquellas versiones convencionales, gracias a su protección biológica interna contra los insectos.

Otro estudio de 2016, llevado adelante por la Academia Nacional de Ciencias de los EEUU, destacó que “los datos no apoyan la afirmación de que las tasas de cáncer han aumentado debido al consumo de productos genéticamente modificados”, conclusión que extendieron también a males como la obesidad, la enfermedad celíaca, el autismo, la diabetes y varios tipos de alergias, en comparación con mercados como el Reino Unido o Europa donde el consumo de productos OGM es mucho menor que en EEUU.

Lynas asegura que gran parte de sus detractores, pertenecientes a la comunidad medioambiental, se oponen a los OGM más por una cuestión filosófica vinculada al hecho de “meterse con la naturaleza” de formas inciertas que por convencimiento real. El autor asegura que para poder tener una visión progresista del mundo es necesario creer en la posibilidad de un cambio positivo y reconocer el potencial de la innovación, tanto científica como tecnológica, para solucionar los problemas de la humanidad.

Un mundo cercano en el que más de 10 mil millones de personas tendrán que ser alimentadas representa un enorme desafío, donde se deberá manejar el delicado balance entre producir los alimentos necesarios y a la vez proteger las áreas silvestres para mantener, al menos, algo de la biodiversidad que queda en la Tierra.

Actualmente, países como Perú y Rusia han prohibido el cultivo de cualquier tipo de semilla genéticamente modificada. Sólo un tipo de semilla de maíz OGM resistente a los insectos, ha sido aprobada para su uso en Europa, más allá de que la mayoría de los países del continente prohiben su cultivo. En el caso particular de África, unas pocas naciones permiten el cultivo de OGM mientras que China e India permiten el cultivo de algodón genéticamente modificado y poco más.

“Simplemente no podemos alimentar a la creciente población del futuro con los métodos de baja productividad del pasado” aseguró Lynas. “La ciencia ya ha ayudado a la humanidad a prácticamente hacer desaparecer al fantasma de la hambruna. Si no queremos que vuelva a aparecer en las décadas venideras, acompañada por el colapso ecológico, debemos permitir que los científicos sigan haciendo su trabajo”aseguró.

Fotos: Shutterstock.

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